logo-resplandor final

Promotora Católica de Valores Humanos y Calidad Total

El Mundo de los Valores

Reparar lo que no se ve: del templo de piedra al templo del alma

Francisco en san Damián

Lecturas: Ageo 2,15b-2,9 Todavía un poco más, y llenaré de gloria este templo / Evangelio: Lucas 9,18-22 Tú eres el Mesías de Dios. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho. Integradas a la consideración del 2º día de la novena a san Francisco sobre el Cántico – fragmento “hermano sol”

 

Las lecturas nos traen dos voces fuertes: la del profeta Ageo que exhorta a retomar la obra del templo con esperanza (“Todavía un poco más, y llenaré de gloria este templo”) y la del Evangelio, donde Jesús revela que Él es el Mesías y anuncia que el Hijo del Hombre “tiene que padecer mucho”.

 

En esa tensión —obra y gloria, luz y cruz, esperanza y sufrimiento— se mueve también la espiritualidad de Francisco, y en ella podemos encontrarnos.

 

  1. El templo en ruinas y la gloria prometida (Ageo y el llamado a Francisco)

 

El profeta Ageo exhorta al pueblo a no permanecer indiferente ante el templo en ruinas. Les dice: “Todavía un poco más, y Yo lo llenaré de gloria… mi Espíritu está con ustedes, no teman.”

 

Dios no solo señala la necesidad de reconstrucción física, sino también la reconstrucción espiritual del pueblo, que se ha desanimado, que ha dejado de confiar, que ha olvidado que Dios habita en medio de ellos. Les promete que, si retoman la obra, Él mismo llenará ese lugar de gloria.

 

Aquí es donde la experiencia de san Francisco cobra especial fuerza.

Cuando Cristo le habla desde el crucifijo de San Damián y le dice: “Francisco, repara mi Iglesia, que como ves, está en ruinas,” él cree al inicio que se trata del templo físico. Y así comienza a repararlo con sus propias manos, piedra a piedra. Pero luego comprende que el llamado es más profundo: es una Iglesia herida en su testimonio, debilitada en su fervor, fragmentada en su caridad.

 

Francisco, como Ageo, se convierte en voz profética. Llama a reconstruir no solo estructuras, sino vidas. Invita, con su pobreza y su libertad, a edificar un templo que no se vea solo con los ojos, sino con la fe: una Iglesia viva, sencilla, luminosa.

 

Francisco contempla también el mundo como un templo creado por Dios —el hermano sol, la hermana luna, el agua, el viento— y los incluye en su alabanza porque sabe que la gloria de Dios no está confinada a un edificio, sino que llena toda la creación.

 

Por eso, el mensaje de Ageo y el de Francisco se iluminan mutuamente: ambos nos recuerdan que la gloria de Dios puede volver a habitar en lo que el mundo considera ruina, si hay quien escuche, quien crea y quien actúe.

 

  1. Confesión de Pedro y anuncio de la pasión (Lucas 9,1822)

 

Jesús pregunta: “¿Quién dicen ustedes que soy?”, y Pedro responde: “Tú eres el Mesías de Dios”. Pero acto seguido Jesús anuncia que deberá padecer mucho. En esa doble dimensión —revelación y cruz— se contiene el misterio del Reino.

 

El discípulo del Señor no está exento del sufrimiento; más aún, forma parte del camino de entrega, de aceptación del don total.

 

Francisco, al contemplar el hermano sol en su Cántico, reconoce su belleza, pero también lo hace desde un cuerpo frágil, donde la luz puede herir sus ojos. Él vivió esa tensión: lo que ilumina también ciega, y lo que sostiene también puede quebrantar. Pero el supremo acto de fe fue continuar alabando.

 

Cuando Pedro confiesa a Jesús como Mesías, no está diciendo que el camino será fácil: él asume que el Mesías “ha de padecer”. Francisco asumió esa lógica evangélica hasta el final: tomó la cruz de su debilidad, la herida de sus ojos, el frío de sus inviernos, y los convirtió en alabanza.

 

  1. Francisco entre luz y debilidad: lección para nosotros

 

Francisco no adoró al sol, sino que vio en él un signo: no buscó la luz sensible, sino aquella luz que trasciende.

 

En su enfermedad, su dolor, su ceguera progresiva, aprendió que la alabanza auténtica no depende de la comodidad, sino del amor profundo que ve con ojos del espíritu.

 

En esa tensión entre la gloria y la cruz, san Francisco vive el llamado a predicar y a dar testimonio. Aunque no era predicador en el sentido formal, (como, por ejemplo, los frailes de santo Domingo), su vida entera se convirtió en una proclamación del Evangelio.

Francisco predica con el ejemplo, con los gestos, con la pobreza asumida por amor, con la alegría de quien ha encontrado el tesoro escondido.

 

Y aunque su camino no fue el del estudio teológico en sentido estricto, compartía con los predicadores un profundo amor por la verdad. Su “ministerio de la palabra” no se ejercía desde el púlpito, sino desde la alabanza, desde la contemplación de la belleza de lo creado, desde la fraternidad con toda criatura.

 

Así, su espiritualidad se nutre de un amor intelectual, no académico, sino existencial: ese que nace del alma que ha comprendido quién es Dios, y que no puede dejar de cantarlo.

 

Pero su predicación no se limita al canto: también se encarna en la cercanía al cuerpo sufriente, en el abrazo al leproso, en el cuidado del pobre, en su propio cuerpo quebrado por la enfermedad. Su palabra nace del asombro, pero también del dolor redimido.

 

Por eso, Francisco nos enseña que la verdadera predicación es fruto de un corazón enamorado, que contempla, acoge, sufre y canta. Así, sin contradicción, su vida une el amor a la verdad con la caridad viva y concreta, haciendo resonar el Evangelio en todas las criaturas.

 

Hoy nosotros también estamos llamados a esa coherencia:

 

Reconocer a Jesús como Mesías —no solo como figura ejemplar, sino como Aquel que sufre por nosotros.

 

Asumir que en nuestro caminar habrá noches, dolores, apagones interiores.

 

Pero anunciar, como Francisco, que la creación entera sigue hablando del Señor, incluso cuando no podemos ver con claridad.

 

Aplicación comunitaria / llamada

 

¿En qué “templos” rotos o abandonados de nuestra vida necesitamos retomar la obra? Familia, comunidad, relaciones heridas.

 

¿Dónde siento que la luz me lastima —la exposición, la crítica, la fragilidad— y no sé cómo seguir alabando?

 

Que el ejemplo de Francisco nos enseñe que no basta admirar la creación: estamos llamados a custodiarla y restaurarla con gratitud, incluso cuando el costo es alto.

 

Conclusión / oración

 

Señor Jesús, Tú eres el Mesías, el Ungido del Padre, y no viniste a buscar la gloria de este mundo, sino a cumplir el designio de amor que pasa por la cruz.

Tú no rehusaste el sufrimiento, sino que lo transformaste en redención.

 

Enséñanos a aceptarlo también nosotros, cuando llegue en forma de cansancio, de enfermedad, de contradicción o de oscuridad.

Haznos comprender, como lo comprendió san Francisco, que no hay verdadera alabanza sin entrega, y que la luz más pura no es la que entra por los ojos, sino la que enciende el corazón.

 

Que nuestra vida, tocada por tu gracia, se convierta también en canto, en compasión, en verdad.

 

Amén.

 

Marynela  Florido S.

© 2021 El Club de La Vida – Todos los derechos reservados

Síguenos en: