Reflexión Martes 28 octubre – Lucas 6, 12–19 “Llamó a los que quiso, y vinieron donde Él.”
A primera vista, este pasaje del Evangelio según san Lucas parece una simple lista de nombres: los doce apóstoles elegidos por Jesús. Pero, en las sagradas Escrituras, todo, hasta lo que parece pequeño o anecdótico, revela algo del misterio de Dios. En estos versículos late el corazón mismo de la Iglesia: la llamada, la comunión y la misión.
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Jesús ora antes de elegir
San Lucas es el evangelista que más subraya la oración de Jesús. Antes de cada momento decisivo: su Bautismo, la Transfiguración, la Pasión; Jesús ora. Aquí, antes de llamar a los Doce, “pasó la noche orando a Dios”.
Jesús nos muestra que toda vocación nace del diálogo con el Padre. No es una estrategia humana ni un impulso emotivo: es el fruto de la comunión divina. Los Doce no son elegidos por méritos, sino porque Dios los ha pensado, los ha amado, y los llama desde la eternidad.
El Papa Benedicto XVI, en una de sus catequesis sobre los apóstoles, decía: “Antes de ser una función, el apostolado es un misterio de amor. Cristo llama a algunos para que estén con Él y para enviarlos a predicar.”
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“Escogió a doce” — El nuevo Israel
El número doce no es casual. Representa las doce tribus de Israel. Jesús, nuevo Moisés, sube a la montaña, el lugar del encuentro con Dios, y desde allí constituye el nuevo pueblo de la alianza. Los apóstoles son los cimientos de la Iglesia (cf. Ef 2,20), el signo de que, en Cristo, Dios está reconstruyendo a su pueblo sobre bases nuevas: no sobre la sangre ni la ley, sino sobre la fe y el amor.
San Agustín lo expresa así: “Doce fueron elegidos, para significar que, por todo el orbe, en todas las tribus y pueblos, debía anunciarse el Evangelio.”
El gesto de Jesús tiene una dimensión universal. Al escoger a los Doce, Jesús está gestando la catolicidad de la Iglesia. En ellos, están ya representados todos los pueblos.
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“Y los nombró apóstoles” — Llamados a ser enviados
La palabra apóstol significa “enviado”. Antes de ser enviados, los Doce son llamados “para estar con Él” (cf. Mc 3,14). Es el doble movimiento de toda vocación cristiana: comunión y misión. No hay misión sin comunión, ni comunión sin envío.
El Papa Francisco lo explicaba con claridad: “El discípulo misionero es aquel que primero se deja encontrar por Jesús, que permanece con Él, y desde esa experiencia va a anunciarlo.” (Evangelii Gaudium, 120)
Jesús llama a hombres concretos, con nombres y apellidos, con su historia y sus debilidades. Entre ellos hay pescadores, un publicano, un celote y, sí, también un traidor. Esto nos recuerda que la Iglesia no está formada por perfectos, sino por llamados. En cada uno de esos nombres resuena también el nuestro.
San Gregorio Magno decía con realismo y esperanza: “Dios elige a los débiles del mundo para confundir a los fuertes, porque su poder se muestra en la flaqueza.”
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“Bajó con ellos” — Dios desciende a nuestro llano
Después de orar y elegir, Jesús “baja del monte”. No se queda en la altura de la contemplación; baja al encuentro de la multitud. Este movimiento del Evangelio es una imagen de la Encarnación: el Dios que sube para orar, baja para sanar. Lo divino y lo humano se encuentran en Jesús.
La multitud que lo espera representa a toda la humanidad sedienta de salvación. Dice el texto: “Toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.”
Aquí se revela la fuente del verdadero apostolado. Los apóstoles y nosotros, la Iglesia, solo podemos sanar si estamos unidos a Cristo. La fuerza que cura no viene de ellos, sino de Él. Sin oración, sin comunión con Jesús, el apóstol se vuelve un funcionario. Pero unido a Él, se convierte en canal de gracia.
Conclusión
Este Evangelio, que parece una simple lista de nombres, encierra el plan de Dios para la humanidad:
- Un Cristo que ora y elige;
- Una Iglesia edificada sobre la comunión;
- Un envío que continúa hasta hoy.
Cada cristiano, desde su vocación particular, es llamado a prolongar esa escena: a subir con Jesús en la oración, a dejarse elegir y a bajar con Él al llano del mundo para llevar consuelo, verdad y esperanza.
Pidamos hoy la gracia de redescubrir nuestra llamada bautismal. Que, como los apóstoles, estemos con Él para luego ser enviados. Y que, al tocar a Cristo en la Eucaristía, llevemos también nosotros esa fuerza anima, que levanta, que sana, porque hemos estado con el Señor.
Amén.
Marynela Florido S.