Abrir la puerta de la humildad, dejar atrás el orgullo y hacer de la vida un espacio de fraternidad y acogida.
Domingo XXI Tiempo Ordinario – Lecturas: Isaías 66, 18-21 | Hebreos 12, 5-7.11-13 | Lucas 13, 22-30
1. El Reino es un Banquete, no un privilegio
Jesús compara el Reino de Dios con una gran mesa servida, un banquete festivo y lleno de vida. Pero no cualquier banquete, sino uno abierto, inesperado, desbordante, que rompe los esquemas humanos. En el Evangelio de hoy, Jesús anuncia algo que descoloca: muchos que parecen tener un lugar asegurado en ese banquete quedarán fuera, mientras que otros, venidos de lejos, de oriente y occidente, se sentarán a la mesa con los patriarcas.
La imagen del banquete atraviesa toda la Escritura. En Isaías, Dios mismo anuncia que «de todos los países traerá a sus hijos». Su llamada es universal, su amor es para todos los pueblos, y su deseo es reunirnos a todos en una sola mesa.
Este anuncio, sin embargo, no es solo una profecía futura: ya se realiza en la Eucaristía, donde el Cuerpo entregado y la Sangre derramada son el alimento de ese banquete. Allí está el Reino ya presente, en medio de una comunidad que no se reúne por mérito, sino por gracia.
2. El error de sentirse con derecho
El mensaje de Jesús no es cómodo. Y no lo es porque golpea una tentación constante: la de creer que estamos seguros por el hecho de “haber comido y bebido” con Él, es decir, por haber estado cerca de lo sagrado.
Pero la cercanía no garantiza transformación. Como nos enseña la Carta a los Hebreos, Dios educa a los que ama, y esa educación duele, incomoda, purifica. Muchos quieren sentarse en la mesa del Reino sin pasar por el horno del corazón, sin dejar que el amor de Dios los sane y los convierta.
La puerta es estrecha porque no se puede entrar con el traje de la autosuficiencia, ni con el peso de nuestros títulos, logros o prácticas religiosas vacías. Solo entra el que se deja amar y corregir.
3. Dios corrige porque ama
La segunda lectura nos da una clave esencial: Dios corrige a los que ama. El sufrimiento, cuando es vivido en clave de fe, no es castigo, sino formación. La vida cristiana no es una sucesión de privilegios, sino un camino de purificación del corazón.
Así lo vivió San Francisco de Asís, que entendió que el Reino no se alcanza subiendo peldaños de gloria, sino descendiendo en humildad, pobreza y fraternidad. Francisco no se ganó un lugar en la mesa; se asombraba de haber sido invitado. Y por eso su mesa fue siempre amplia, acogedora, sencilla: abierta al leproso, al pecador, al hermano.
4. La gran sorpresa del Reino
Jesús termina su enseñanza con una advertencia y una promesa:
“Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.”
Aquí se nos revela la gran inversión del Reino: no entra el que se cree bueno, sino el que se sabe necesitado.
No entra el que se compara, sino el que se convierte.
No entra el que exige su lugar, sino el que agradece la invitación.
Dios no premia al mejor, sino que acoge al humilde. Por eso el banquete es siempre sorpresa: porque no entra quien cree merecerlo, sino quien se deja amar, formar, corregir… y transformar.
5. Una invitación concreta
Hoy, la Palabra nos invita a revisar dos cosas:
-
¿A quién excluyo de mi mesa, literal o simbólicamente?
-
¿Estoy dispuesto a dejar que Dios me forme, aunque duela?
No basta con “haber estado cerca”. Hay que caminar con Jesús, dejarse trabajar por su amor, y abrir las puertas del corazón para que otros también encuentren lugar.
El Reino no es un club privado, sino una casa donde todos caben.
Y nosotros, todos… estamos invitados.
Y también estamos llamados a invitar.
Plegaria:
Señor Jesús, tú eres el Pan vivo bajado del cielo, y has preparado un banquete para tus hijos venidos de lejos y de cerca.
Yo quiero entrar, Señor, pero no siempre sé cómo.
Mi corazón se llena de méritos que tú no me pides, de orgullos que me impiden agacharme para pasar por la puerta estrecha.
Corrígeme con amor.
Enséñame a vivir como hijo, no como dueño.
Hazme humilde, como Francisco, y fraterno, como tú.
Y cuando me siente a tu mesa, que no mire quién llegó primero,
sino que me alegre de que todos tengamos lugar en tu Reino.
Amén.
Marynela Florido S.