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El Mundo de los Valores

El que vuelve, vive: sanación, fidelidad y gratitud

Mañana iluminada

Reflexión, domingo XXVIII del tiempo ordinario.

Lecturas: Volvió Naamán al profeta y alabó al Señor (2 Reyes 5, 14-17) – Si perseveramos, reinaremos con Cristo (2 Timoteo 2, 8-13) – Evangelio: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? (Lucas 17, 11-19)

 

Volver para dar gloria: una fe que perdura
Introducción

 

Hoy la Palabra de Dios nos presenta tres episodios que, unidos, nos ofrecen un itinerario espiritual: la sanación que libera (2 Reyes 5), la fidelidad en medio de la prueba (2 Timoteo 2) y el agradecimiento que salva (Lucas 17). No son relatos aislados, son ecos de una sola verdad: el Señor se nos da como don, espera nuestra respuesta de fe y nos llama a una existencia agradecida y fiel.

 

Muchas veces, sin darnos cuenta, hemos recibido sanaciones, gracias, misericordias, sin siquiera detenernos a reconocerlas. Y es fácil que la fe se desgaste en la rutina, en la comodidad, o en la sombra del desánimo. Hoy el Señor nos interpela a volver: a mirar dónde Él obra, a reconocer su fidelidad y a responder con nuestra vida.

 

Examinemos lentamente estas tres dimensiones del camino cristiano: la sanación que libera, la fidelidad perseverante y la alabanza agradecida.

 

  1. Naamán: curado y reconocido

 

En la primera lectura, el general Naamán, extranjero, recibe la sanación de su lepra al obedecer humildemente las indicaciones del profeta Eliseo. Pero lo esencial no es solo el hecho de quedar limpio: es que “volvió al profeta” y reconoció al Dios de Israel como verdadero Dios.

 

Este regreso interior tiene varias lecciones para nosotros:

 

La sanación exige obediencia humilde. Naamán no exige que Eliseo salga a recibirlo con ceremonias espléndidas; simplemente sigue la indicación “lava siete veces en el Jordán”. A menudo Dios nos cura —en cuerpo, corazón o espíritu— pero requiere nuestra disponibilidad humilde.

 

La fe no se funda en privilegios externos. Naamán, militar importante, podría esperar un gesto heroico. Pero la gracia de Dios se revela también (y sobre todo) en la sencillez del agua. Lo que importa no es la apariencia, sino la docilidad al don divino.

 

Dar reconocimiento público al Señor. Su gesto no queda en el ámbito privado; reconoce públicamente al Dios de Israel ante su señor (el rey de Siria) y ofrece obsequios. No se acomoda en el anonimato de la gracia sin dar gloria.

 

Para nosotros: ¿Cuántas “lepras” —pecado, enfermedad, heridas— hemos experimentado? ¿Cuántas veces hemos sido sanados por Dios y no hemos mirado atrás para volver a Él, darle gracias, confesarlo ante otros?

  1. Pablo y la fidelidad que no se avergüenza

 

En la segunda lectura, san Pablo nos sitúa frente a la tensión de la fidelidad: “si perseveramos, reinaremos con Cristo; si le negamos, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2, 11‑13).

 

Aquí hay dos polos con los que solemos batallar:

 

La tentación de renegar cuando todo cae. En momentos de prueba, cansancio o persecución, algunos abandonan, otros callan, otros retroceden. Pero Pablo afirma que incluso si nosotros vacilamos, la fidelidad de Cristo no vacila. Él es constante.

 

La llamada a perseverar con esperanza. No se trata de un optimismo ingenuo, sino de una confianza basada en la gracia. El que ha sido salvado y llamado por Cristo no está solo: su llamado lo sostiene.

 

El Papa Benedicto XVI, en múltiples ocasiones, ha insistido en que la fe no es un seguro contra el sufrimiento, sino una fuerza para atravesarlo. Así como Cristo cargó la cruz sin perder el rostro ante el Padre, nosotros somos invitados a abrazar la fidelidad incluso en el abandono aparente.

 

Entonces: nuestra fe madura cuando la mantenemos viva en las adversidades. No basta comenzar bien, lo decisivo es llegar hasta el final. Y esto no lo hacemos solos: es la gracia sostenida del Espíritu la que nos fortalece.

 

  1. El leproso que volvió: la gratitud que salva

 

En el Evangelio (Lucas 17,11‑19), Jesús sana a diez leprosos; sólo uno, un samaritano, regresa para dar gloria a Dios. Él, no los otros nueve, recibe esta palabra singular: “Tu fe te ha salvado”.

 

Este gesto nos enseña:

 

No basta con recibir la gracia, hay que regresar. Muchas veces experimento el alivio, la paz, la gracia, pero me voy sin mirar atrás. El agradecimiento es la carnadura de una fe viva.

 

La gratitud como reconocimiento de la filiación. El que regresa no es un simple beneficiario, es alguien que reconoce que todo proviene de Dios, que no se lo ha ganado, que no es dueño sino donatario.

 

La salvación vinculada a la relación. No es sólo que el leproso fue curado; su regreso revela que él entra en relación personal con Jesús. Esa relación es la salvación vivida aquí y ahora.

 

Podemos imaginar los otros nueve: aliviados, felices, marchándose sin establecer vínculo alguno. Cuántas bendiciones recibimos y seguimos de largo, sin detenernos a alabar, sin plantar raíces de gratitud en nuestro corazón.

 

  1. Integrando: fe, fidelidad y gratitud

 

Estos tres momentos: cura, fidelidad, gratitud, no son etapas sucesivas necesariamente, sino dimensiones entrelazadas de nuestra vida cristiana. No basta una fe que no persevere, ni una fidelidad que no reconozca la gracia, ni un agradecimiento hueco que no sostiene la fidelidad.

 

Podemos trazar esto como un arco espiritual:

 

  • Dios nos toca (cura)

 

  • Nosotros respondemos con lealtad en la prueba

 

  • Regresamos a Él con agradecimiento y glorificamos su nombre

 

  • Si alguna de esas dimensiones se queda débil, la vida espiritual se empobrece.

 

  1. Aplicaciones prácticas para nosotros

 

¿Cómo vivir estas tres dimensiones en nuestro día a día? Aquí algunas sugerencias:

 

En los momentos de prueba, no retroceder en la fe, sino “recordar” las promesas de Dios. Muchos santos insistieron en volver al recuerdo de la gracia para sostener la fidelidad.

 

Cultivar el “volver atrás” en la oración: hacer memoria agradecida de las maravillas de Dios en nuestra vida. Un diario espiritual, un momento de silencio, un acto consciente de gratitud, pueden avivar el corazón.

 

Testimoniar públicamente la presencia de Dios: compartir con otros cómo Él ha actuado en ti, sin orgullo, sino para dar gloria.

 

No dejar que las buenas experiencias se conviertan en rutina. La gracia renovada necesita ser reconocida, celebrada, que sea ocasión de crecimiento.

 

En nuestra comunidad, no dar por sentado los dones recibidos: que nuestras parroquias, fraternidades, movimientos, sean espacios de gratitud mutua, de recuerdo activo de la misericordia de Dios.

 

Conclusión

 

En este domingo, Dios nos invita a “volver”: a volver con corazón humilde como Naamán, a perseverar con fidelidad como Pablo, a regresar con gratitud como el leproso que alabó. Y así, encontrar en Él la salvación plena, no como un hecho del pasado, sino como una realidad viva que transforma nuestra vida entera.

 

Que al alimentarnos hoy del Pan de la Palabra y de la Eucaristía,  salgamos con una sola palabra en el alma: gracias, y que esta palabra se transforme en gestos concretos de servicio y amor en el mundo.

Oración Final

Señor Jesús, Tú que has salido a nuestro encuentro para sanarnos,
enséñanos a volver a Ti con un corazón agradecido.
No permitas que tu gracia pase por nuestra vida sin dejarnos transformados.
Haznos fieles en medio de las pruebas, perseverantes cuando el camino se oscurece,
y humildes para reconocer que todo bien viene de ti.

Que nuestra fe no sea un gesto momentáneo, sino un camino continuo de regreso, de entrega, de alabanza.
Como Naamán, ayúdanos a obedecer con sencillez.
Como Pablo, a mantenernos firmes en la esperanza.
Y como el leproso agradecido, a glorificar tu Nombre con nuestra vida.

Amén.

Marynela Florido S.

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