XX Domingo del Tiempo Ordinario
Lecturas: Me engendraste hombre de pleitos para todo el país Jeremías 38, 4-6. 8-10 / 2a. Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos Hebreos 12, 1-4 / Evangelio: No he venido a traer paz, sino división Lucas 12, 49-53
El mensaje de este domingo es claro, y a la vez incómodo: ser fiel a Dios implica estar dispuesto a incomodar al mundo.
Dios no siempre habla en palabras dulces. A veces, su voz suena como fuego que quema. Como martillo que golpea. Como espada que divide. Y ese es el lenguaje que escuchamos hoy en las Escrituras.
Jeremías: la voz solitaria de la verdad
La primera lectura nos muestra a Jeremías, un profeta fiel y valiente, pero tremendamente solo. Había dicho la verdad que nadie quería oír: que el pueblo estaba caminando hacia la destrucción, no porque Dios los hubiera abandonado, sino porque ellos habían roto la alianza.
Y por decir esto, fue arrojado a un pozo, hundido en el lodo, como si se pudiera enterrar la verdad para siempre.
Pero la palabra de Dios no se ahoga. Porque cuando un hombre es fiel a la verdad, Dios es fiel a él. Y aunque Jeremías sufrió el rechazo, no estaba solo, porque la fidelidad siempre atrae la mirada de Dios, incluso cuando aleja la aprobación del mundo.
Hebreos: la carrera de los que no se rinden
La segunda lectura, tomada de la Carta a los hebreos, nos habla en lenguaje de esfuerzo y resistencia. Nos recuerda que no estamos solos en esta carrera. Que una multitud de testigos —los santos, los mártires, los profetas— corre con nosotros y nos anima a no abandonar.
Porque el Evangelio no es una invitación a una vida fácil, sino a una vida plena.
No a evitar el conflicto, sino a atravesarlo con los ojos fijos en Jesús, el primero que sufrió la oposición de los pecadores, y que no se rindió ante la cruz.
Lo dice la carta con fuerza: «Todavía no han resistido hasta la sangre en su lucha contra el pecado». Es decir: todavía hay más por entregar, todavía podemos amar más, ser más fieles, caminar más lejos por el Reino.
Lucas: el fuego que divide para salvar
Y llegamos al Evangelio. Un texto que, a primera vista, parece escandaloso: “¿Creen que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división.”
¿Cómo puede decir esto el Príncipe de la Paz?
¿Cómo puede el mismo Jesús que nos enseñó a amar, a perdonar, a vivir en comunión… decir que ha venido a traer división?
La respuesta está en comprender qué tipo de paz vino a traer Jesús.
No vino a traernos la paz de los sepulcros, que calla para evitar el conflicto.
No vino a sostener la unidad vacía, que prefiere la mentira con tal de no incomodar.
Jesús vino a traer la paz que nace de la verdad, y esa paz pasa por la cruz; y eso, sin duda, divide.
Divide los corazones entre los que se abren a la verdad y los que prefieren la mentira.
Divide las familias, cuando unos siguen al Evangelio y otros lo ridiculizan.
Divide a las comunidades, cuando alguien se atreve a decir lo que otros han callado por miedo.
Pero esa división no es fruto del odio; Es el precio de la fidelidad.
La unidad verdadera no nace del silencio, sino de la verdad
Benedicto XVI lo expresó con claridad: “La paz sin verdad no es verdadera paz.”
Porque cuando se construye sobre el engaño o el autoengaño, esa paz es solo apariencia.
Una fachada frágil que se viene abajo con el primer viento de la crisis.
Cristo, en cambio, no viene a maquillar la realidad.
Viene a sanarla desde la raíz, incluso si eso significa remover lo que estaba podrido.
El amor de Dios es exigente, no porque sea cruel, sino porque es real.
Y nos ama tanto, que no está dispuesto a dejarnos atrapados en una falsa tranquilidad.
¿Dónde estás tú en esta historia?
Hoy la Palabra nos hace una pregunta incómoda, pero necesaria:
- ¿Estoy dispuesto a ser testigo de Cristo, aunque eso me traiga rechazo?
- ¿Me he acostumbrado a callar la verdad para no incomodar?
- ¿Estoy tratando de ser “pacífico”, cuando en realidad estoy siendo cobarde?
La verdad es que predicar en medio de la oposición no es solo tarea de profetas antiguos.
Es nuestra vocación bautismal: ser luz en la oscuridad, aunque duela a los ojos dormidos.
Plegaria
Señor Jesús, tú no viniste a darnos una paz superficial, sino a encender un fuego que transforma.
Dame valor para amar tu verdad, aunque me cueste el rechazo.
Dame fe para caminar con los ojos fijos en Ti, aunque el camino esté lleno de pruebas.
Hazme testigo fiel, como Jeremías, como los santos, como tantos que no negociaron su conciencia por comodidad ni aceptación.
Purifica mi corazón, enciende en mí tu fuego, y hazme instrumento de la paz que nace del amor crucificado.
Amén.
Marynela Florido S.