Reflexión, domingo XXIX del tiempo ordinario.
Lecturas: Lecturas: Éxodo 17,8-13 / 2 Timoteo 3,14–4,2 / Lucas 18,1–8
Introducción: El combate interior y el poder de la oración perseverante
La Palabra de Dios hoy nos conduce al corazón de un combate: no un combate externo, sino el combate de la fe, ese que se libra en el alma y en la historia, entre la esperanza y el desaliento, entre la confianza y el abandono, entre la oración constante y la tentación de rendirse. Tres textos, tres escenarios, una misma invitación: sostener la fe en medio de la batalla, perseverar en la oración como quienes saben en quién han puesto su confianza, y no desfallecer jamás.
La oración no es un añadido opcional a la vida cristiana: es el oxígeno del alma creyente. Pero en tiempos de oscuridad, cuando el silencio parece ser la única respuesta del cielo, muchos bajan los brazos… y pierden la batalla. Hoy, el Señor nos enseña que perseverar es ya una forma de victoria, y que la fe viva siempre encuentra expresión concreta en la oración insistente, confiada, humilde y paciente.
- Moisés: Sostener los brazos, sostener la fe
La escena de Éxodo 17 es una imagen preciosa de la dimensión espiritual de todo combate. Israel no gana la batalla por su fuerza militar, sino por la intercesión de Moisés. Cada vez que Moisés alza los brazos en oración, el pueblo vence. Cuando los baja, Amalec prevalece.
Este detalle aparentemente narrativo es, en realidad, una catequesis:
El pueblo de Dios avanza cuando hay oración que lo sostiene.
Pero los brazos de Moisés se cansan. Y ahí entra la fraternidad que sostiene: Aarón y Jur, uno a cada lado, mantienen los brazos en alto. Moisés ora, pero no está solo.
¿Cuánto dice esto de nuestras comunidades, de nuestras familias, de nuestra Iglesia? Hay oraciones que sólo se pueden sostener entre varios, porque la fe, como la cruz, no se carga en soledad.
Esto nos confronta:
- ¿Quiénes son hoy los Moisés cansados en nuestra vida?
- ¿A quién estoy llamado a sostener?
- ¿Qué batallas no estamos venciendo porque nos hemos olvidado de orar, o porque hemos orado solos demasiado tiempo?
- San Pablo: Equipados para el bien en tiempos difíciles
La segunda lectura es la voz del apóstol Pablo, anciano, preso, próximo al martirio. No habla desde la comodidad, sino desde la prueba. Y, sin embargo, su mensaje a Timoteo no es de queja, sino de confianza firme:
«Toda la Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, corregir, formar… Así, el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.»
La clave aquí es clara:
En tiempos de confusión, la Palabra de Dios es brújula segura.
Y el hombre de Dios, dice Pablo, debe estar preparado para anunciar, a tiempo y a destiempo, con paciencia y fidelidad, aun cuando no sea escuchado.
Vivimos hoy en un mundo donde muchos se han «cansado de la sana doctrina», como dirá Pablo unos versículos después. Se busca lo espectacular, lo inmediato, lo que no incomoda. Pero el Evangelio no es entretenimiento: es palabra viva que interpela, transforma, hiere para sanar.
Benedicto XVI enseñó que la fe cristiana no es simplemente una opción ética o una filosofía elevada, sino un encuentro con una Persona viva: Jesucristo. Solo quien se deja encontrar por Él puede sostenerse en tiempos adversos.
Así pues, formarse en la Palabra, permanecer en la verdad, y anunciar sin miedo, incluso cuando parezca inútil: esa es la fidelidad que se nos pide.
- La viuda del Evangelio: La oración que no se rinde
El Evangelio de Lucas nos presenta una parábola que va directo al corazón de nuestra vida espiritual: una viuda insiste, una y otra vez, ante un juez injusto. No tiene poder, ni influencia, ni recursos. Solo tiene una cosa: perseverancia.
Y Jesús concluye con una promesa desconcertante:
“¿No hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar?”
Aquí está el núcleo:
Dios no es un juez injusto, pero permite que esperemos, para que nuestra fe se purifique, y para que lo busquemos por amor, no solo por necesidad.
Y entonces llega la pregunta final, que atraviesa como una espada el alma:
“Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”
Jesús no se refiere a cualquier fe, sino a esta fe perseverante, que ora sin cansarse, que espera sin rendirse, que no cambia a Dios por soluciones rápidas.
- Integrando: Oración, fidelidad y comunión
Las tres lecturas nos permiten dibujar un itinerario:
- Moisés: la oración que sostiene al pueblo;
- Pablo: la fidelidad que predica a tiempo y a destiempo;
- La viuda: la insistencia humilde que toca el corazón de Dios.
La vida cristiana se juega ahí: en seguir orando cuando no hay respuesta, en seguir predicando cuando no hay aplausos, en seguir amando cuando no hay recompensa.
Y esto no se hace solo. La comunidad creyente —la Iglesia— está llamada a ser ese lugar donde Moisés puede descansar, donde Timoteo se forma, donde la viuda no se siente sola.
- Aplicaciones concretas
Ora con otros. No te aísles. Busca tu “Aarón y Jur”, ora en comunidad.
Sé fiel a la Palabra. No solo la escuches el domingo. Léela, estúdiala, saboréala.
No negocies tu oración diaria. Aunque te parezca estéril, Dios está obrando.
Sostén a otros en su fe. A veces, Dios te pide que seas tú el que levante los brazos del otro.
Evangeliza con paciencia. Aunque te cierren puertas, tú sigue sembrando. La Palabra no vuelve vacía.
Conclusión: ¿Encontrará esta fe en nosotros?
Al final, la gran pregunta de Jesús no busca una respuesta teórica. Es una interpelación personal:
“¿Encontrará esta fe en ti? ¿En tu hogar? ¿En tu comunidad?”
El Señor vendrá. La historia avanza hacia su retorno. Que cuando venga, nos encuentre con los brazos en alto, con la Palabra en los labios, y con el alma anclada en la esperanza.
Hoy, al acercarnos al altar, hagamos una oración sencilla:
Señor, enséñame a orar sin cansarme, a confiar sin ver, y a perseverar sin rendirme.
Y que esta Eucaristía nos fortalezca para vivir esa fe que espera contra toda esperanza.
Amén.
Marynela Florido S.