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Más Allá del Tiempo: El Legado Vivo de San Francisco en Nuestro Mundo

San Francisco de Asís
El Hombre que Transformó el Mundo con Amor y Humildad: Francisco de Asís

Con particular gozo, les saludamos en este día santo con el deseo sincero y profundo de Paz y Bien, esa paz que brota del Evangelio y ese bien que florece en los corazones que buscan al Señor con sencillez.

 

En este día bendito, en el que la Iglesia se engalana con vestiduras de júbilo para celebrar la Solemnidad de San Francisco de Asís, nos unimos como una sola familia, movidos por el amor, la gratitud y la admiración por el Pobrecillo que, a imitación de Cristo pobre y crucificado, se hizo evangelio viviente, hermano universal y testigo de la paz.

 

Francisco no fue un santo más. Fue, como diría San Buenaventura, el hombre hecho oración, el espejo del Crucificado, el hermano de toda criatura, el loco por amor que, renunciando a todo, lo ganó todo. Francisco fue, y sigue siendo, un Evangelio viviente.

 

En él, la Palabra de Dios no solo fue anunciada, sino encarnada. Su vida fue una exégesis silenciosa, pero poderosa, del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz”, decía San Pablo, y Francisco hizo de esta palabra el principio rector de su existencia. El Crucificado fue su escuela, su consuelo, su modelo y su destino.

 

Pero ¿Qué nos dice hoy Francisco? ¿Qué nos grita su vida en medio de un mundo cansado, herido y hambriento de sentido?

 

Primero, nos habla de radicalidad evangélica. Francisco no vivió “más o menos” el Evangelio. No lo adaptó a su comodidad. Lo abrazó con todo el corazón, sin atajos ni condiciones. Por eso fue pobre, no por estrategia ni ideología, sino porque había descubierto que Dios es suficiente.

 

Segundo, nos recuerda la humildad como camino de grandeza. En un tiempo como el nuestro, que premia el ego, la imagen y el poder, Francisco eligió el lugar más bajo. Se hizo siervo. Se llamó a sí mismo “hermano menor”. Comprendió que, para subir al cielo, había que descender a lo profundo del corazón y hacerse pequeño.

 

Tercero, su vida fue un canto de reconciliación con la creación. En su mirada todo era hermano y hermana. El lobo de Gubbio, el fuego, el agua, el viento, la muerte… Francisco nos enseña que solo quien se sabe criatura puede vivir en paz con la creación.

 

Hoy, más que nunca, el mundo necesita franciscanos, no necesariamente de hábito, sino de espíritu. Hombres y mujeres que vivan con radicalidad el Evangelio, que abracen la pobreza no solo como renuncia, sino como libertad; que no teman hacerse menores para que Cristo crezca.

 

San Francisco, al final de su vida, cuando ya no quedaba en él sino la luz de Dios, exclamó con humildad estremecedora: “He hecho lo que era mío; que Cristo les enseñe lo que es suyo”. Él sabía que su misión había sido completada, y que ahora nos corresponde a nosotros continuar ese canto de amor, de servicio, de fraternidad.

 

Pero no lo olvidemos: nadie llega al “hermano sol” si antes no pasa por la noche del despojo, la cruz del abandono y la entrega radical al amor. Como Francisco, debemos morir a nosotros mismos cada día, vaciarnos de nuestras seguridades, y permitir que Dios lo sea todo en nosotros.

 

Que el Señor nos conceda vivir como vivió Francisco: alegres en la tribulación, firmes en la pobreza, humildes en el servicio, y abrasados de amor por Cristo crucificado.

 

Y que al final de nuestro propio camino, cuando también a nosotros nos visite la hermana muerte corporal, podamos recibirla como lo hizo él: cantando, confiando y entregándonos por completo al Padre de las misericordias.

 

Si hay un don que Francisco nos lega con particular fuerza, es el de su humildad profunda: su vocación a ser menor. No menor por debilidad, sino por elección evangélica; no por imposición, sino por amor a Cristo pobre y humillado.

Esta minoridad, que da nombre a nuestra familia religiosa, no fue una etiqueta ni un simple modo de autodenominarse. Desde los primeros días, cuando los hermanos eran apenas “penitentes de Asís”, el Espíritu fue esculpiendo en ellos el ideal de ser los más pequeños, los últimos, los servidores de todos. San Francisco, iluminado por Dios y acompañado por el sabio consejo del obispo Guido de Asís, comprendió que ser menor era configurarse con la humildad del Hijo de Dios, que “no vino a ser servido, sino a servir y a dar la vida”.

 

Francisco fundó su fraternidad sobre la roca firme de la altísima pobreza, la caridad ardiente y la humildad evangélica. Quiso que los hermanos fuesen menores no sólo en el nombre, sino en la conducta y en el alma, siendo deferentes con todos, especialmente con los más pobres y los pequeños. Esta actitud interior lo llevó también a una profunda reverencia hacia los pastores de la Iglesia, a quienes llamaba “señores míos”, recordando siempre que el Espíritu lo había guiado a través de sus palabras en los comienzos de su conversión.

 

Esta es la raíz de la vida franciscana: una minoridad no fingida, sino vivida como forma de encarnación del Evangelio. De aquí brotan nuestras prácticas cotidianas: la sencillez, la fraternidad, la oración confiada, el servicio a los más olvidados, la obediencia, el amor por la Iglesia. Y es también el punto de partida para preguntarnos…

 

Aplicaciones: ¿Cómo vivir hoy el carisma de san Francisco?

 

Abrazar la humildad como camino de libertad: En un mundo que exalta la autosuficiencia y el poder, el testimonio de san Francisco nos recuerda que la verdadera grandeza está en sabernos pequeños y necesitados de Dios. Humildad no es debilidad, sino fuerza que nace de la verdad.

 

Elegir la pobreza evangélica como libertad interior: No se trata solo de renunciar a bienes, sino de vivir sin apegos, sin ansias de acumular, confiando radicalmente en la Providencia. La pobreza de Francisco fue una forma de amar sin reservas, sin barreras, sin miedo.

 

Reconciliarnos con toda la creación: El hermano sol y la hermana luna no son poesía romántica. Son un llamado a vivir en armonía con la obra de Dios, a cuidar la casa común, a reconocer la dignidad de cada ser vivo como reflejo del Creador.

 

Caminar como artesanos de paz: Francisco fue un pacificador, incluso en medio de guerras y tensiones. Hoy, cuando las divisiones se multiplican, estamos llamados a ser puentes, no muros; a dialogar, no imponer; a sembrar paz, comenzando por nuestro propio corazón.

 

Vivir el Evangelio sin concesiones: El Poverello no eligió una vida a medias. Vivió el Evangelio con radicalidad, con alegría y con total entrega. Nosotros también estamos llamados a ser cristianos de verdad, sin tibiezas, sin excusas, con coherencia y con pasión.

 

Oración final

 

Oh Dios, Padre misericordioso, que en san Francisco de Asís nos diste un espejo vivo del Evangelio, concédenos la gracia de abrazar su humildad, su pobreza y su amor sin límites.

 

Que su ejemplo nos transforme y nos haga artesanos de paz en un mundo herido,

que su amor por toda criatura nos enseñe a respetar y cuidar tu creación.

 

Ilumina nuestro caminar con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiendo los pasos del Poverello, vivamos plenamente entregados a ti y a nuestros hermanos,

y así, un día, alcancemos la alegría eterna de tu Reino.

 

Por tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

 

Marynela Florido Santana.

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