“Va delante el arca… perdona setenta veces siete… y el amor venció en Auschwitz”
Lecturas: Jos 3,7-10a.11.13-17 / Mt 18,21–19,1
Hoy, la Palabra de Dios nos sitúa ante dos momentos cruciales: el paso del pueblo de Israel por el Jordán, guiado por el Arca de la Alianza, y la enseñanza radical de Jesús sobre el perdón, cuando dice: «No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». Son dos escenas distintas, pero profundamente conectadas en el corazón de Dios, y que se encarnan de manera luminosa en la vida y martirio de San Maximiliano María Kolbe, cuya memoria hoy celebramos.
- El Arca que abre camino: el Dios que va delante
La primera lectura del libro de Josué nos muestra un momento fundacional para el pueblo de Israel: el cruce del Jordán hacia la Tierra Prometida. El Arca de la Alianza —símbolo de la presencia misma de Dios entre su pueblo— se adelanta, toca las aguas y las detiene, abriendo paso para que todo el pueblo cruce en seco. Es un milagro, sí, pero sobre todo es una catequesis viva: no es por nuestra fuerza que avanzamos, sino porque Dios va delante.
El texto bíblico nos revela una clave espiritual profunda: las aguas del Jordán simbolizan ese caos original, esa fuerza desbordante que representa el mal, el pecado y la muerte, realidades que el ser humano no puede controlar por sí solo. Israel no atraviesa el río por su fuerza o habilidad, sino porque ha aprendido a confiar y a obedecer al Dios que abre camino. El avance del pueblo no es mérito humano, sino gracia divina. Es Dios quien va delante, quien domina las aguas, quien guía a su pueblo hacia la tierra prometida.
Esta escena del Jordán no es un hecho aislado, sino parte de una pedagogía divina que ya había comenzado con Moisés. Al salir de Egipto, fue él quien, por mandato del Señor, alzó su bastón y abrió las aguas del Mar Rojo, permitiendo que el pueblo pasara en seco, mientras los ejércitos del faraón perecían. Aquel milagro no solo significó la liberación de la esclavitud, sino también la revelación de que Dios estaba verdaderamente con Moisés, obrando a través de él. Ahora, frente al Jordán, se repite el signo, pero con un nuevo liderazgo: Josué. El mismo Dios que acompañó a Moisés en Egipto, se manifiesta de nuevo abriendo paso al pueblo, no ya para huir, sino para entrar en la tierra prometida. Es una señal clara de continuidad: la alianza no ha sido abandonada, el Dios de Moisés sigue siendo el Dios de Josué, y su fidelidad no depende del tiempo, sino de su promesa eterna. El agua, ese símbolo del caos y de la muerte, vuelve a ceder ante el poder del Dios vivo, que guía a su pueblo como Pastor que no abandona jamás a sus ovejas.
- El perdón sin medida: amar más allá del cálculo
En el Evangelio, Pedro se atreve a preguntar a Jesús cuántas veces hay que perdonar. Esperaba una respuesta generosa. Recibe una desbordante: “No siete veces, sino setenta veces siete”. Es decir, siempre. Sin medida. Sin condiciones.
Aquí se revela el corazón mismo del Evangelio: el perdón no es una transacción ni una estrategia social, sino el fruto de haber sido alcanzados por la misericordia. Como decía San Pablo, “el amor no lleva cuentas” (1 Cor 13,5). El que ama no calcula. El que perdona, no negocia. Porque Dios no nos perdona con la calculadora en la mano, sino con el corazón traspasado.
Solo cuando uno ha sido alcanzado por el perdón, es capaz de perdonar de verdad.» Y eso es lo que transforma la vida.
- El amor más fuerte que la muerte: San Maximiliano Kolbe
Este camino, el que abre el arca, y el que exige el Evangelio del perdón sin medida, se hizo carne en San Maximiliano María Kolbe.
Es fácil recordar su gesto heroico en Auschwitz: ofrecerse voluntariamente para morir en lugar de otro prisionero. Pero esa muerte no fue un acto aislado. Fue la coronación de una vida ya entregada, ya ofrecida, ya consumida en el amor. Como bien podemos afirmar: Precisamente porque San Maximiliano tenía la certeza de que su vida pertenecía enteramente a Dios y estaba confiada al cuidado maternal de María, fue capaz de entregarse sin reservas y ofrecerse por otro.
Maximiliano había soñado una “Ciudad de la Inmaculada”, un lugar donde el amor de María y de Cristo transformara la vida cotidiana. Muchos dirán que eso era utopía. Él mostró que era profecía. Mientras muchos creen que el amor pertenece sólo a lo privado, Kolbe demostró que el amor es una fuerza pública, capaz de vencer incluso los campos de concentración.
Y lo más impresionante: él fue el último en morir. Mientras sus compañeros sucumbían al hambre y al horror, Maximiliano animaba, oraba, cantaba. Cuando ya solo él quedaba con vida, los nazis se vieron obligados a matarlo con una inyección letal. Murió de pie. Con dignidad. Como Cristo.
- Francisco, Kolbe y nosotros: herederos de la Alianza
San Francisco de Asís también cruzó su propio Jordán cuando dejó su riqueza y abrazó a Cristo pobre y crucificado. En su encuentro con el leproso y con el Crucificado de San Damián, fue tocado por el amor sin medida, y a partir de ahí, como dice la Constitución de la Orden: “El verdadero amor de Cristo transformó al amante en la imagen del amado.”
San Maximiliano, como verdadero hijo de Francisco, llevó ese amor hasta el final. Su “arca” fue la Virgen María, a quien se consagró sin reservas. Su “río” fue el odio y la muerte del campo de concentración. Pero Dios iba delante. Y el amor venció.
Nosotros, hoy, también estamos llamados a cruzar nuestros propios Jordanes: rencores acumulados, heridas profundas, miedos, egoísmo, mediocridad espiritual. Pero no estamos solos. El mismo Cristo, nuestra nueva alianza, va delante. Y va con nosotros. El perdón no es debilidad. Es paso firme hacia la tierra prometida del Reino.
- Conclusión: el amor que no se cansa de amar
Hoy, pidamos la gracia de vivir lo que celebramos:
- Que no tengamos miedo de perdonar más allá de lo justo.
- Que creamos que Dios va delante en medio de nuestro caos.
- Que miremos a Kolbe y veamos un espejo de lo que el amor puede hacer.
- Y que, como Francisco, como Maximiliano, aprendamos a amar hasta parecernos al Amado.
Porque vive más quien ama más. Porque ama más quien ha sido perdonado. Porque el arca sigue avanzando… y nosotros vamos detrás.
Amén.
Marynela Florido S.