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Promotora Católica de Valores Humanos y Calidad Total

El Mundo de los Valores

El Silencio y la Luz – Disponible para leer con calma o escuchar en silencio.

1 AMANECER

Reflexión personal para el martes de la 11ª semana del Tiempo Ordinario

Lecturas:

2 Cor 8,1-9: Queremos que conozcáis, hermanos, la gracia que Dios ha dado a las Iglesias de Macedonia: En las pruebas y desgracias creció su alegría; y su pobreza extrema se desbordó en un derroche de generosidad. Con todas sus fuerzas y aún por encima de sus fuerzas, os lo aseguro, con toda espontaneidad e insistencia nos pidieron como un favor que aceptara su aportación en la colecta a favor de los santos. Y dieron más de lo que esperábamos: se dieron a sí mismos, primero al Señor y luego, como Dios quería, también a nosotros. En vista de eso, como fue Tito quien empezó la cosa, le hemos pedido que dé el último toque entre vosotros a esta obra de caridad. Ya que sobresalís en todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tenéis; distinguíos también ahora por vuestra generosidad. No es que os lo mande; os hablo del empeño que ponen otros para comprobar si vuestro amor es genuino. Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.

Hoy la Palabra de Dios nos invita a una libertad y a una altura de corazón que no provienen de nuestros propios esfuerzos, sino de haber sido transformados por el amor de Cristo.

Reflexión:

San Pablo, en su carta a los Corintios, habla con un tono cálido, casi paternal, al recordar la generosidad de las iglesias de Macedonia, que, a pesar de su pobreza, supieron dar con alegría. Pero no solo habla de una ayuda económica: habla de un signo profundo de comunión, de unidad en la caridad, que nace de un corazón tocado por Cristo. Y ahí nos regala una frase luminosa: “Cristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza.”

¡Qué misterio tan grande! El amor de Dios no se impuso desde un trono, sino que descendió hasta nuestra miseria. Jesús no nos salvó desde el poder, sino desde la entrega. No conquistó con fuerza, sino con la pobreza del pesebre y la cruz. Eso cambia todo. Porque si Cristo se hizo pobre por amor, entonces también nosotros estamos llamados a amar desde el despojo, a dar desde el corazón, a entregarnos sin medir tanto si nos va a doler.

Y el Evangelio de hoy nos lleva aún más lejos. Jesús, con su palabra clara y exigente, nos dice: “Amad a vuestros enemigos.” No dice: «tolérenlos», ni «aléjense de ellos para que no les hagan daño». Dice: amadlos. Buscad su bien. Orad por ellos. No porque ellos lo merezcan, sino porque nosotros hemos sido transformados por un amor que no merecíamos.

Y aquí es muy importante entender bien qué significa ese mandato de amar al enemigo. No se trata de tener sentimientos bonitos hacia quien nos ha herido. Amar al enemigo no es sentir mariposas en el estómago. No es simpatía. No es cercanía emocional. A veces será todo lo contrario: habrá dolor, heridas, resentimientos. Pero el amor del que habla Jesús no es emoción: es decisión.

Para amar al enemigo, lo primero es reconocer que él también es amado por Dios. Un Dios que no ama con condiciones ni favoritismos, que no clasifica a las personas en buenas o malas, sino que derrama su misericordia sobre todos. Ese que me incomoda, que me ha hecho daño, que me ha decepcionado, también ha sido creado por el mismo Dios que me creó a mí. Está hecho del mismo barro. Tiene las mismas fragilidades y heridas que yo.

Y si Cristo se dejó clavar en la cruz por mí, lo hizo también por él. Si a mí me alcanzó su perdón, ¿con qué derecho niego que también lo pueda alcanzar el otro? Cuando comprendo esto, cuando miro al otro desde la cruz, entonces empiezo a amar con el amor de Dios.

¿Y cómo se ama al enemigo? Orando por él. Y si no sé cómo orar, basta una oración sencilla y confiada:

“Señor, ven y haz tu obra en él; haz tu voluntad en su vida.”

Eso es amor verdadero. Eso es entregar al otro a las manos de Dios, dejar que el juicio lo haga Él, y yo solo me limito a desearle el bien, a pedir que el Señor actúe, que sane, que salve, que transforme. Amar así, es reflejar el corazón del Padre. Es amar como ama Dios.

Por eso, cuando amamos a quienes no nos aman, cuando perdonamos a los que nos hieren, cuando damos sin esperar nada… no estamos simplemente siendo “buenas personas”: estamos mostrando que el amor de Dios ha echado raíces en nosotros. Estamos dando signos de que somos de Cristo, de que su gracia no pasó de largo por nuestras vidas.

Y eso nos lleva de nuevo a la colecta de Pablo. Porque la generosidad con los hermanos lejanos, diferentes, incluso con los que antes eran enemigos, no es una estrategia social: es el fruto de haber sido tocados por un amor más fuerte que el egoísmo, más fuerte que la venganza, más fuerte que la historia misma.

Que hoy nos dejemos interpelar por esta doble invitación:

A dar con alegría, porque hemos recibido mucho.

Y a amar incluso a los que nos han herido, porque así es como Dios nos ha amado primero.

Y no olvidemos esto: cuando damos y cuando perdonamos, cuando oramos incluso por el que nos lastimó, se hace visible que Cristo no murió en vano.

Plegaria final

Señor Jesús, Tú, que, siendo rico, te hiciste pobre por nosotros, enséñanos a reconocer la riqueza de tu amor en medio de nuestra fragilidad y nuestras heridas.

Danos un corazón libre, que sepa dar con generosidad sin esperar recompensa, y que vea en cada hermano —especialmente en el que me cuesta amar— el rostro de alguien amado por ti.

Enséñanos a orar por aquellos que nos han herido, no con resentimiento ni con miedo, sino con la confianza humilde de decir:

“Señor, ven y haz tu obra en él, haz tu voluntad en su vida.”

Haznos capaces de perdonar, como Tú nos perdonaste desde la cruz.

Haznos capaces de amar, como el Padre hace salir el sol sobre buenos y malos.

Que tu Espíritu nos transforme cada día, para que vivamos no como hijos del mundo, sino como verdaderos hijos del Padre del cielo.

Amén.

Por Marynela Florido S. – Equipo Club de la Vida

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