Domingo XXV TO – Reflexión dominical
Con los pies en la tierra y el alma en el cielo, en clave franciscana
Evangelio: Lucas 16,1-13
«No podéis servir a Dios y al dinero»
Les saludamos, como cada domingo, con el deseo de Paz y Bien.
Gracias por abrir un espacio en su día para esta pausa del alma, este pequeño alto en el camino que nos permite respirar con más hondura y mirar con más luz.
Aquí estamos, con los pies en la tierra y el alma en el cielo, deseando que la Palabra de Dios, siempre viva y siempre nueva, nos ayude a volver al centro, a lo esencial.
Que el Evangelio de hoy, con su fuerza exigente y su claridad luminosa, nos despierte el corazón y nos enseñe a elegir bien… a elegir lo que permanece. Respiremos hondo. Entremos en sintonía con el Espíritu. Dejemos que su luz alumbre nuestras decisiones, esas que tomamos cada día, a veces casi sin pensar.
Un Evangelio que confronta
Jesús nos entrega hoy una parábola desconcertante: un administrador infiel que, al ser descubierto, actúa con rapidez y astucia para asegurarse amigos en el futuro.
La enseñanza no está en la corrupción del hombre, sino en su agilidad interior para tomar decisiones que impactan su destino. Jesús alaba esa actitud estratégica, no porque justifique el pecado, sino porque exige una implicación semejante en quienes buscan el Reino: inteligencia espiritual, vigilancia del corazón, y decisiones concretas que nos encaminen a la vida verdadera.
Aquí comienza la gran pregunta:
¿Dónde pongo mi seguridad? ¿Dónde anclo mi vida?
Dios y el dinero: no son amos compatibles
“No podéis servir a Dios y al dinero.” Esta frase tiene el filo de una espada: divide nuestra vida entre dos lealtades. No porque Jesús sea enemigo de los bienes materiales —Él mismo comía, vestía, tenía amigos ricos— sino porque el dinero tiene la capacidad de volverse dios.
El dinero no es neutro. Lleva consigo una lógica, una teología propia: promete seguridad, finge libertad, y ofrece poder.
Pero sufre una falla estructural: no puede amar, ni perdonar, ni salvar.
Cuando Jesús contrapone a Dios y al dinero como señores, no se refiere solo a la acumulación de riqueza, sino a un sistema espiritual de servidumbre. Si el dinero es mi refugio, si guía mis decisiones, si define mi valor y mis vínculos… entonces ya no soy libre para amar a Dios con todo el corazón.
Aquí resuena con fuerza una de las preocupaciones teológicas más profundas del papa Benedicto XVI: “La verdadera amenaza para la libertad humana no viene de fuera, sino del corazón dominado por la mentira.”
Y el dinero, cuando usurpa el lugar de Dios, es una de las grandes mentiras del mundo moderno.
Una inteligencia espiritual: el criterio evangélico
Desde una clave más profunda esta parábola es un llamado a formar el criterio: una capacidad de juzgar y discernir la realidad no con los ojos del mundo, sino con el corazón de Cristo. Es decir, no simplemente una opinión o juicio superficial, sino una capacidad espiritual para discernir la realidad con la mirada y los sentimientos de Jesús. Esto significa aprender a ver más allá de las apariencias, de los valores del mundo que a menudo se miden en términos de poder, éxito o posesiones, y en cambio acoger una mirada que reconoce la presencia de Dios en lo pequeño, lo humilde y lo invisible a los ojos humanos.
Formar este criterio es entrar en comunión con el Espíritu Santo, que nos abre el entendimiento para comprender el misterio del Reino y nos da fuerza para actuar conforme a la verdad del Evangelio, incluso cuando contradice las lógicas dominantes. Así, la parábola de Jesús nos invita a transformar nuestra forma de juzgar, para que no sea la codicia o el miedo lo que gobierne nuestras decisiones, sino la confianza en la providencia divina y el compromiso con la justicia y la misericordia.
Este discernimiento es la base de una auténtica libertad cristiana: no somos esclavos ni del dinero ni de ninguna atadura mundana, sino servidores fieles de un Reino que no pasa y que se construye en la entrega generosa y el amor al prójimo.
El administrador injusto, aún desde su miseria moral, tuvo lucidez para mirar el futuro.
¿Y nosotros? ¿Tenemos lucidez para mirar la eternidad, para vivir según el Reino?
¿Sabemos distinguir entre lo útil y lo verdadero, entre lo que da prestigio y lo que da vida?
El Evangelio exige que aprendamos a elegir según Dios. No todo lo que “funciona” es justo. No todo lo que “sirve” es bueno. No todo lo que brilla es verdadero.
La astucia evangélica no es trampa, sino sabiduría:
sabiduría para administrar el tiempo como un don;
sabiduría para usar los bienes como medios, no como fines;
sabiduría para buscar la salvación con la misma pasión con la que el mundo persigue el éxito.
En clave franciscana: la pobreza que libera
Francisco de Asís lo entendió como un relámpago en el alma. La pobreza que él abrazó no fue una miseria pasiva, sino una decisión de amor radical. Romper con la lógica de la acumulación para vivir según la lógica del Evangelio.
Ser menor. Ser libre. Ser de Dios.
Y esto no es un romanticismo ingenuo. Es una batalla interior: porque el alma que no sirve a Dios, terminará sirviendo a algún ídolo. Y el más silencioso de ellos suele ser el dinero.
Francisco eligió otra seguridad: la Providencia. Y otra riqueza: la fraternidad. Su libertad no consistía en no tener, sino en no depender del tener para ser.
Una elección concreta
Jesús no acepta medias tintas: “No podéis servir a dos señores.”
O el Evangelio nos configura, o el mundo nos deforma.
O vivimos desde la confianza, o desde el control.
O usamos los bienes como medios para amar, o terminamos adorándolos como si fueran eternos.
No se trata de renunciar al mundo, sino de no hacernos esclavos de él.
Se trata de aprender a vivir con lo necesario, compartiendo, discerniendo, obrando con rectitud, haciendo de cada decisión una ofrenda a Dios.
Oración final
Señor Jesús, que conoces las zonas ocultas de nuestro corazón, y sabes cuánto miedo nos da vivir sin seguridades artificiales, enséñanos a confiar en Ti.
Libéranos de la sed insaciable de poseer.
Despiértanos de la ceguera del egoísmo.
Que aprendamos a usar los bienes como quien administra, no como quien se adueña.
Que sepamos elegirte a Ti como nuestro único Señor.
Como Francisco, queremos ser pobres…
pero pobres que aman, que dan, que viven libres.
Pobres que pertenecen solo a Ti.
Amén.
Marynela Florido S.